jueves, 2 de julio de 2020

HASTA LA TUMBA.

                                                       
Por: Frances Mesutti.

                                                        (Microrelato).

    Hay silencios más asquerosos que otros. Mentiras sin escrúpulo, momentos que merecen ser borrados, hay cosas que nunca debieron saberse, verse, escucharse o preguntarse. Mi caso es el de todos los que guardan un secreto que les rompe la garganta, les hace sangran las verdades solo cuando la conciencia ya no puede serle indiferente al dolor. Siempre es tarde. Para romper los silencios cómplices del demonio, siempre es tarde.

            Sin importar si se lo preguntan o no, es mi deseo confesarles el delito más grande que he cometido: mentí, robé y maté, sin hacerme responsable, y quedando inocente para los ojos de los espectadores. No fue que la policía no hizo su trabajo, fue que no encontraron a uno de los culpables. Si, no soy la única responsable de fraguar esta desdicha, pero si, quizás, la más culpable. Algo tienen las tardes, algo guardan que las hace acreedoras de los inicios de muchas tragedias, esta, se le parece. Haber bajado del autobús, en una tarde como cualquiera, atravesado la ordinaria calle que cruzo todos los días, introducirme en un callejón simple, rustico y familiar, doblar la esquina, primera casa a la derecha, abrir la puerta, una puerta como tantas, subir las escaleras, pensar, en nada, nada podía ser distinto, nada tenía por qué serlo.

- ¡Llegué! ¿cómo estás? – pregunté por cortesía al entrar a la casa de Aleimar.

            Aleimar Sirede, era una de esas mujeres desbordantes de belleza y alegría de las que no sospechas nada, nada fuera de lo común, la conocí cuando a mi clase de tareas dirigidas llegaron sus niños por primera vez. De una forma extraña e inexplicable nos convertimos en amigas, no éramos ni cercanas ni lejanas, solo amigas. Tenía un hijo mayor que residía fuera del país hace ya unos años, y dos más pequeños que vivían con ella, un esposo de esos que trabajan mucho y pagan las cuentas de la casa. Su hogar se colmaba de una calidez propia de la humildad, era sencilla, estaba decorada con los juguetes de los niños, le daban un toque de color distinto, sobre los muebles, en el suelo y hasta en el baño sus divertidos juguetes encontrabas. Los dos pequeños atravesaron corriendo la sala, uno detrás del otro, solo vistiendo calzoncillos, el clima podía justificar que ellos anduviesen encuerados. Aleimar, tenía don para la cocina, quedo demostrado cuando el aroma del almuerzo cosquilleó mi nariz.

-Pasa pasa, mamita. Es que estoy cocinando. -dijo Aleimar Sirede sin salir de la cocina.

            En la cocina todo parecía estar bien, bestia un camisón, era costumbre, sus cabellos color granate recogidos en un moño, normal, la piel del cuello sudorosa por el calor de la cocina, algo natural, un ligero maquillaje que delataba haber sido víctima del apuro y la poca dedicación, no era común, pero lo ignoré por el momento. Esbozaba una sonrisa nerviosa, de esas que están llenas de preguntas, miedos, risas extrañas e historias. Me ofreció café. Nos sentamos en la mesa un rato a conversar acerca de las asignaturas de los niños, y que iba tener que hacer un cambio en los horarios y días que los recibía, porque había aceptado una oferta de empleo dando clases en una universidad. La noticia la regocijó un poco y me propuso celebrar mi nuevo empleo junto con su cumpleaños número 38, dentro de dos semanas. Acepté complacida. Indagué acerca del bienestar de su hijo, quien estudiaba biología marina en la Universidad Autónoma de Baja California Sur. A pesar de ser una conversación fluida, algo no marchaba bien, Sirede, parecía estar nerviosa y atenta a la puerta constantemente, sin contar que hablaba de perfil, de vez en vez volteaba a ver por la ventana.

            No pude evitar estudiar su comportamiento, leer sus ojos, interpretar sus acciones repletas de ansiedad. Oculto en su maquillaje encontré una sombra de ojos más oscura que la otra, note que solo los ojos estaban maquillados, había base y polvo alrededor de sus ojos y en sus pómulos, una ligera sombra gris y morado sobre los parpados y un poco de lápiz, pero el resto del rostro carecía de rubor, polvo compacto o base. La prudencia en un don que adquiere valor cuando se contextualiza adecuadamente, si no, es inservible.

-Andas guapa ¿Vas a salir? – pregunte esbozando una sonrisa carente de inocencia.

-No nada que ver, estoy abollada de tareas aquí en la casa. Tengo que limpiar y Tomas llegará dentro de unas horas, los niños no se han bañado y andan como Tarzán con tapa rabo por la casa, más bien que pena, ahora que lo recuerdo. -su discurso ametrallaba una palabra sobre la otra, fue tan cierto todo lo que dijo y sumamente poco creíble.

-Aleimar. Disculpa si mi intromisión no es bien vista, pero estas maquillada, y sin motivo, bueno, si a eso se le puede llamar maquillaje ¿Qué pasó? – pregunté tratando de mantener una línea flexible que me hacía ver indiferente y preocupada por las pintoreteadas que arruinaban su rostro.

            Aleimar Sirede, rompió en un llanto musitado, con apenas unas pocas lágrimas desfilando por su rostro. La verdad se había destapado con la fuerza en que una olla de presión explota al estar mal cerrada, su rostro enrojecido me recordó a los niños cuando los dejan en el jardín de infantes por primera vez, el llanto desesperado acompañado de una sensación que los hace sentir huérfanos. Logré percibir el dolor de Aleimar cuando entre lágrimas, me dijo lo peor que pude haber esperado escuchar; Tomas la había golpeado. No se dignaba a contarme el por qué, pero yo estaba segura que la culpa no recaía en los hombros de esa mujer. Por el contrario, algún motivo lleno de injusticias, inmadurez, salvajismo y estupidez tendría aquel hombre que era tan buen padre y tan mal esposo. Nunca me había visto en una situación igual, sabía de personas que habían pasado por algo similar, pero yo no había llegado a sus vidas sino pasados los acontecimientos que los marcaron. Estaba frente al problema, mi conciencia me decía claramente cuál era el procedimiento legal más lógico, pero no podía proceder sin el consentimiento de Sirede.

- Ay mamita, no quería decirte nada porque siento que después no vas a querer venir más para acá, vas a pensar mal y a agarrarle miedo. Él… me lastimó, lo sé, lo sé, me golpeó -apenas si pudo pronunciar las palabras- ¿Mirna, no sé qué hacer? Le tengo miedo. Ya no se si me ama. Pensé que cambiaría -nunca me había metido de lleno en la vida de Aleimar, pero me había dado a entender que no era la primera vez que el la lastimaba- Los niños me vieron llorando en el baño y me preguntaron el por qué, tuve que decirles que tenía alergia. Y esto, ¿se nota mucho? -cualquiera lo hubiese ignorado, pero para los ojos curiosos era evidente. Mi respuesta fue afirmativa- ¡Ay no puedo creer qué esto me esté pasando! Yo no quería decirte… pero no tengo a nadie a quién contárselo. ¿Qué hago? ¿Qué voy a hacer? -era un llanto lleno de suplicas, así lo recordaba.

            Seguramente alguna vez han escuchado el susurro de lo que es correcto y lo que no, seguramente era natural pensar que después de esto, algo, un efecto directo, un punto de quiebre, sería el detonante para poner fin a este abuso. Pero el ser humano nunca ha tomado decisiones correctas. Pensé en el sin número de leyes que conocía de memoria y que podían ser de apoyo, pensé en la ley de protección al menor, por mi cabeza navegó el aspecto económico y el hecho de que, Aleimar, estudió solo hasta la escuela y no tenía ningún oficio. ¿A dónde podíamos ir y con quién debíamos hablar? para alejar a Tomas lo más que se pueda de Sirede durante el tiempo que sea necesario. Le ofrecí toda la ayuda que pude, le di aliento y fuerza para salir adelante, corregí su maquillaje y me ofrecí a llevar y buscar a los niños de la escuela a su casa para evitarle la vergüenza a ella. La vi fuerte y decidida, con disposición a cambiar todo lo que truncaba su camino. Solo pidió un favor, que no dijese nada a nadie. Que lo mantuviera como un secreto de aquí a la tumba, ni por accidente debía comentarlo. Ella revelaría a su tiempo, y por consideración, acepté aun cuando me era tan difícil, pero lo hice. Los siguientes días transcurrieron y cumplí con lo prometido. No había dicho nada. Aleimar le había prohibido a Tomy ir a casa, solo vería a los niños ocasionalmente. Pasé un par de veces a verla y en todas las oportunidades la noté nerviosa. Me ocupaba de los niños los ratos que los atendía o recogía del colegio. El limitado tiempo con el que contaba no me permitía involucrarme más en la situación. Me encargué de informarla y dejarle todos los números y contactos a quienes acudir mientras resolvía todo.

            En muchas ocasiones me cuestioné si debía denunciar al sujeto, una rabia interna me amargaba la vida de manera muy injusta. No había sido yo la herida, pero sentía tan personal la situación que pasaba noches pensando en la conversación, recreando algo que no había visto y que era horrible de imaginar, había visto el rostro de muchas otras mujeres en el cuerpo de Aleimar, incluyendo el mío, un pánico incongruente presionaba mi estómago con fuerza y parecía sentir una aplanadora pasar por sobre mis intestinos una y otra vez al pensar que podía encontrarme con alguien así en mi vida. No dejaba de sentir que era incorrecto que nadie supiese. Sirede, parecía demorar demasiado en hacer la denuncia, no es lo que se acostumbra. El día de su cumpleaños desistí de quedarme a celebrar, solo pasé a saludar. Su casa que en días anteriores expedía un aroma natural, a hogar, calidez, un mundo poco preocupado, ahora parecía vulgar y obsceno, en cada esquina sentía los fantasmas del episodio, pero sentí una explosión de miedo cuando vi a Tomy sentado en la acera de en frente, viendo directamente hacia la casa que daba balcón abierto a los espectadores. Aleimar, consideraba ¨gracioso¨ ese comportamiento. Cuando indagué al respecto me dijo que era normal que el hiciera eso cada vez que ella lo corría de la casa, se sentaba horas del día y de la noche solo a observar la casa. Sentí que no debía estar ahí, estaba fuera de lugar aquel comportamiento obsesivo, no pude ni sentarme a conversar, me excusé para poder retirarme. Pero no sin antes preguntar a Aleimar Sirede qué había resuelto; no había procedido a hacer nada. ¨Temía por él, y que le sucediera algo malo. Que prefería solo olvidar lo que sucedió y que aún lo amaba, que necesitaba dinero para alimentar a los niños y se habían terminado las reservas de comida¨ me dijo. Entonces, me marché.

            No era que me sintiese indignada, no tenía ningún derecho. Pero una tristeza me acongojaba el alma y mi corazón gritaba fuertemente con cada palpitar. Recostada en mi cama, no dejaba de pensar una vez más en el tema que no me había abandonado en todo este tiempo. No logré ponerme al día con las planillas de planificación que debía llenar para la clase de mañana. No tenía un solo pensamiento que ocupara una idea distinta. Por más que hipotéticamente traté de calzarme sus zapatos, me quedaban muy grandes. La última vez que llevé a los pequeños a su casa el padre me abrió la puerta, sin ninguna camisa que cubriese la parte superior de su cuerpo, exhibía su prominente vientre, sin ninguna pena, sin ningún decoro. En un instante, Sirede, se asomó a la puerta cubierta solo por la sabana y con los cabellos hechos un nido, el maquillaje había desaparecido, pero el arco de su ojo izquierdo seguía colorado, morado para ser exactos si a algún color quieren culpar. Dejé a los niños luego de sonreír amablemente y manifesté que no los seguiría buscando, que un viaje al pueblo Geloro Pane, me tendría muy ocupada. Pero que gustosa recibiría a los niños en sus clases habituales.

            Esa semana los niños faltaron a sus clases, llamé a Sirede para saber si todo marchaba bien, y me respondió alegre y vivaz. No le pregunté nada acerca de lo que había pasado o si aún sucedía algo, quise ser respetuosa de sus decisiones. Las siguientes dos semanas tampoco vi a los niños. Pero si recibí un mensaje al Facebook de parte de Dorian, el hijo mayor de Aleimar.

¨De verdad te doy las gracias Mirna, con esto de que no estoy mamá se siente sola, que estés tú la alegra mucho. Deberías motivarla a hacer cosas nuevas¨. – eso me rompió el alma. Solo pude sonreír y apartarme de la pantalla.

            Si no me hubiese dolido tanto. Ese día decidí no regresar. Le mentí a Dorian sobre el bienestar de su madre, me mentía al pensar que aquel día era un día normal. Robé la verdad y la sepulté, tuve que decir que no sabía nada al respecto, le robé su madre a unos niños. Maté la poca cordura que me quedaba, sacrifiqué la vida de un ser humano por guardar un secreto que no merecía ser guardado. El mes transcurrió con velocidad, cuatro semanas atrás me había bajado del autobús solo para preguntar: ¿cómo estás? Ahora, no podía decir nada ante los familiares, no me salían las palabras, ese mañana ni siquiera había tenido tiempo de planchar el blusón negro, el dinero no me había alcanzado para la corona de flores. Aquí estoy, tratando de limpiar mi conciencia, tratando de sentirme menos culpable al consolarme con el silencio de sus niños que aún no entienden qué ha sucedido. El calor está sofocante y todos los presentes en el funeral parecemos cuervos, zamuro alrededor de carroña. Tu cuerpo yace en el ataúd que baja lentamente hasta tocar fondo. Hace tres días los vecinos reportaron una serie de grito que provenían de tu casa, unas horas más tarde la policía encontró tu cuerpo tendido en el suelo, mi querida Aleimar, pintada de moretones que ennegrecían tu piel y un charco brillante de tempera roja acunaba tu cabeza. Los niños yacían en la escuela y Tomas, había cometido el error de dejar caer su identificación cerca del cuerpo antes de marcharse. Realmente no tengo consuelo alguno, se quién fue, se cómo fue, sabía que podía volver a suceder, sabias que había sucedido. No servía de nada contar lo sucedido ahora. 

            Es horrible saber que hay silencios más asquerosos que otros. Mentiras sin escrúpulo, momentos que merecen ser borrados, hay cosas que nunca debieron saberse, verse, escucharse o preguntarse. Mi caso es el de todos los que guardan un secreto que les rompe la garganta, les hace sangran las verdades solo cuando la conciencia ya no puede serle indiferente al dolor. Siempre es tarde. Para romper los silencios cómplices del demonio, siempre es tarde. 

💙Déjame saber tu opinión en los comentarios.💙 

Ciau ciau amici.

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