- ¡ESPÉRAME! - grité en mi
desespero con la boca llena de letras tropezadas, ahogantes, encharcadas.
Te perdía, te ibas lento y en
silencio. Tus ojos parecían un túnel del que no se vuelve, tus labios no me
llamaban -llámame- rogaba en silencio -mírame por favor- articulaban mis labios
sin dejar salir los sonidos. Te escribí veintidós cartas y recibí veintidós
silencios inalcanzables. Bajo un absurdo cielo vacío, carente de estrellas e
iluminado únicamente por la luz envolvente de una luna plateada, lloré, solo
eso puedo recordar, lloré sin opción a consuelo. Vi mi vida desgastarse, vi lo
ordinaria que era, vi como me alejaba de todos, vi la fuerza del dolor, vi el
miedo vestido de blanco y sonriente, no era oscuro como todos lo han pintado,
era como yo, miraba como alguna vez miré, y sonreía con calma, y luego estaba
yo, arrojada a los brazos del desespero, tiritando de miedo ante su frío
tormento, vi todo lo que me abandonaba conforme te perdía, paulatinamente, dejé
de ver.
- ¡ESPÉRAME! – grité con algo
de esperanza en los pulmones. Pero no escuchabas mis súplicas.
Me encontraba encallada en tu
indiferencia, no podía culparte, no podía odiarte, no era algo que había
escogido tú, por el contrario, te había escogido a ti. Te vi todos los días,
intente que me vieras, que notaras mi presencia, que cambiara, intente
sonreírte, maquille las bolsas que arropaban mis ojos, pensar en ti, me robo el
sueño tantas noches, tomaba tu mano entre las mías, quería sentirlas, quería besarlas,
recordarlas, pero ya no me pertenecían, estaban lejos de poder regresar a mí. Me
refugié en las fotos, todo parecía ir bien, ¿qué había pasado? ¿cuál había sido
mi descuido? Debía suponer que el tiempo cobra lo que cree se le debe. El
reloj, se convirtió en mi canción, los números en él fueron mi distracción
durante las lánguidas horas. Los vasos de la casa pasaron a decorar el piso con
pequeños destellos amenazantes.
- No te vayas, te lo pido,
dame la oportunidad de seguirte amando. – susurré mientras sostenía un pequeño
frasco lleno de escarcha, había sido uno de esos regalos simples que tienen más
valor que el resto de los objetos a tu alrededor.
El amargo trago al filo de tu
abandono llevaba quince días quemando mi garganta, atravesando mi pecho,
instalándose en mi ser, dejándome débil, pequeña, adquiriendo la colección de
sinsabores que te deja la vida cuando despiertas habiendo deseado no hacerlo.
Regresé a verte, religiosamente, sentada a tu lado, sonriendo para ti, te
enseñé veintidós dibujos, todos hechos sobre servilleta y con pluma, esos
dibujos eran mi orgullo, y también fueron el tuyo. Tus ojos rodaron, los
vieron, luego, me vieron, sentí regresar la vida, una bocanada de aire al salir
del agua, quería llorar de felicidad, pero era inútil, y sumamente innecesario
alegrarse tanto, fue lo único que recibí de ti. Con cada día te alejabas más.
Empecé a sentir tus manos frías, tu voz, un recuerdo tan lejano como la niñez,
tus ojos ajenos a mi conocimiento, tus pensamientos, un código indescifrable.
Bese tu frente, luego tu mano, la sujete todo lo que pude, y me fui. -Regresaré
mañana, te amo. – dije antes de cruzar
el marco de la puerta.
Regresé, siempre lo hice, y
llegué a pensar que volveríamos a ser lo que éramos, una felicidad libre con
alas, una onda de viento, fuimos el remanso río, agua turbia, juego de
infancia, risa de niño, frío en los dedos y calor en las manos, fuimos mejores
amigos, fuimos todo el uno para el otro, nunca necesitamos más, habíamos sido
el colmo de la belleza entre tanto caos. Aún podíamos seguir siendo ese
personaje de historia que habíamos creado, pero, siempre hay un ¨pero¨, cuatro
letras atravesadas, una conjugación adversativa, el núcleo de la decepción.
Había veintidós ¨pero¨ entre nosotros, uno por cada solicitud, uno por cada
tristeza, uno por cada dolor, uno para cada uno, y entre todos un sin fin de
lujosos y bien pronunciados ¨pero¨.
-Quédate, te lo pido. – dije a
la sombra de tu oído - ¿me oyes? Estoy aquí, no voy a dejarte. -yo no, pero tu
sí.
Vi transcurrir veintiún días
torturada por mis soliloquios envueltos en llantos migratorios, mis lágrimas,
como aves, te lloraron aquí, te lloraron en casa, te lloraron a todo pulmón y
encerrados bajo la complicidad de la bocaquiusa. El miedo habría terminado por
ser mi compañía mas fiel y menos confiable, la comida, pasado a ser algo
innecesario, el agua a tener un ligero sabor a sangre, producto de las
incontables veces que había mordido mi lengua en ataques de desesperación,
estar para ti, era mi vida, el tiempo me llevaba de un lado al otro cual
bailarina, haciendo maroma tras maroma en busca de algo que te retuviera, algo
que te obligara a quedarte, tu, tanto como yo, habías perdido toda esperanza,
arrojaste la fe a las hienas, viste como la desgarraban y no hiciste nada, le
hubiese puesto precio a tu sonrisa si así lograba que la regresaran a mí.
- ¡NO! QUEDATE, QUEDATE, POR
FAVOR, QUEDATE… -
Veintidós noches trascurrieron.
Durante veintidós noches y días no te abandoné ni un segundo, siempre habías
estado para mí, pero ya no más. Te vi irte arrastrado por la muerte, abandonado
en una cama de hospital, vi como tu cuerpo se apagaba poco a poco, parsimonioso,
con la velocidad con que el dolor tarda en dejarte, vi tus piel palidecer y tus
manos enfriar, tus ojos olvidar y tus oídos extrañar, no volveríamos a ser, ya
no éramos, ya no estabas, grité, pero ya no me escuchabas, el pequeño gesto de
tus ojos me hizo falta, el silencio consiente me hizo falta, tú me hacías
falta, tu eras lo que me faltaba.
- ¡ESPÉRAME! Papá, espérame,
llévame contigo papito. – lloraba sosteniendo tu mano, habías sido mi todo, mi
inspiración, mi héroe, mi amigo, mi compañero de historias. Te perdía, tenía
dieciocho, pero te necesitaba, me sentía pequeña ante tu perdida, te
necesitaba. – Papi, quédate… por favor papá regresa, o llévame.
-Papi ¿a dónde vas? –
pregunto una niña curiosa.
- A trabajar, princesa.
-respondió aquel hombre alto mientras se retocaba el maquillaje.
- Quédate… -pidió la
pequeña mientras observaba la delicadeza con la que aquel hombre se arreglaba.
- No puedo faltar hija, hoy
se grabará en vivo el programa. -dijo el hombre tomando su bolso- y ¿cómo me veo?
– pregunto luciendo su disfraz de anciano y hablando como tal.
-Como un ancianito… -ríe
ante su padre- papá, entonces, llévame contigo.
- ¡No lo pidas dos veces,
ven conmigo! tu eres la estrella de mi programa. – dijo poniéndose a su altura-
pero apresúrate que voy con retraso. – salió trotando por la puerta dejando a
la niña atrás.
- ¡ESPÉRAME! ¡PAPÁ
ESPÉRAME! -grito divertida la niña mientras perseguía a su padre.
💙Tú opinión es importante para mi.💙
No hay comentarios:
Publicar un comentario
¡Gracias por participar!